viernes, 19 de noviembre de 2010

Él y el café.


Se despertó, miró el reloj, apenas eran las ocho, pero aquel inconfundible olor a tostadas y café recién hecho no le permitía quedarse tumbada entre las sábanas ni 3 minutos más. Salió de la cama, se puso las zapatillas, y cruzó el alargado pasillo para dirigirse ala cocina. Allí estaba él, como cada mañana, en ropa interior y el pelo alborotado. Le sonrío, y ella naturalmente, le devolvió la sonrisa.
Pudo observar como encima de la mesa había una bandeja con dos cafés, tostadas y un bote de mermelada de fresa, era su favorita y el lo sabía.
Se acercó a él, y le dio una caricia, acto seguido el se la devolvió con un beso. Era un amor dulce, de esos que saben bien sin la necesidad de añadirles azúcar.
No le importaba lo que la gente pensase, aunque, extrañaba a sus padres continuamente. Pero ellos no entendían, no entendían que se puede llegar a amar más allá de las normas estipuladas.
Se tumbaron en el sofá mientras veían un poco de  televisión. Su casa, quizás el único lugar donde estar alejados de todas las miradas que se les clavaban encima.
Miró el reloj, ya casi eran las 9, pero no se sorprendió, estaba acostumbrada a que el tiempo pasase rápido estando  a su lado.
Pensó en quedarse eternamente abrazada a el, pero era tarde, debía ir al instituto y él, debía volver a la oficina.

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