domingo, 12 de diciembre de 2010

Porque hasta aquí llegamos.

En una vida donde nada funciona como debería, donde sufren inocentes por pecadores, donde parece que todo se dibuja de color negro. Hoy yo, quiero dar un vuelco a mi vida, quiero cambiar todo lo que tuvo que ver con mi pasado por un futuro dónde encuentre una estabilidad , una felicidad con altibajos pero que siempre mantiene como mínimo un 50 % de alegría. Tratándose de alguien a quien le fue bien todo siempre, se le cumpliría este propósito con facilidad; tratándose de mi, tendré que luchar por lograrlo como siempre he luchado por no hundirme aunque estuviera de mierda hasta el cuello. Pero estoy casi completamente segura de que lo conseguiré, aunque sea una meta que veo bastante lejos.
Hoy me apetece gritar por la ventana, poner la música a toda leche, hacer el pino, tirarme en paracaidas, estar 10 minutos en medio del campo, sentada, mientras graniza. Caminar por el desierto, reirme de esas hormiguitas que no pueden con la cáscara de pipa, correr tras un pájaro, tirarme de manera anormal a una piscina, perder los papeles, dormir donde no debo, llegar tarde, levantarme aún más tarde ..Hoy me apetece ser yo misma, hoy no voy a amargarme.
Esto debería ser todos los días, pero por algo se empieza, ¿no?

viernes, 19 de noviembre de 2010

Él y el café.


Se despertó, miró el reloj, apenas eran las ocho, pero aquel inconfundible olor a tostadas y café recién hecho no le permitía quedarse tumbada entre las sábanas ni 3 minutos más. Salió de la cama, se puso las zapatillas, y cruzó el alargado pasillo para dirigirse ala cocina. Allí estaba él, como cada mañana, en ropa interior y el pelo alborotado. Le sonrío, y ella naturalmente, le devolvió la sonrisa.
Pudo observar como encima de la mesa había una bandeja con dos cafés, tostadas y un bote de mermelada de fresa, era su favorita y el lo sabía.
Se acercó a él, y le dio una caricia, acto seguido el se la devolvió con un beso. Era un amor dulce, de esos que saben bien sin la necesidad de añadirles azúcar.
No le importaba lo que la gente pensase, aunque, extrañaba a sus padres continuamente. Pero ellos no entendían, no entendían que se puede llegar a amar más allá de las normas estipuladas.
Se tumbaron en el sofá mientras veían un poco de  televisión. Su casa, quizás el único lugar donde estar alejados de todas las miradas que se les clavaban encima.
Miró el reloj, ya casi eran las 9, pero no se sorprendió, estaba acostumbrada a que el tiempo pasase rápido estando  a su lado.
Pensó en quedarse eternamente abrazada a el, pero era tarde, debía ir al instituto y él, debía volver a la oficina.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Esenciales.



Uno, dos, tres… ¿Aun tres?
Aun faltaban tres jodidos días para verlo, pero Elizabeth ya tenía la ropa preparada y llevaba con la sonrisa en la cara una semana. Se preguntaba si el estaría igual de emocionado y si le daría un beso según se vieran. Ya llevaban tiempo juntos, pero cada vez que lo veía volvía a sentir el nerviosismo de la primera vez. Es difícil describir la mirada que ponía cuando hablaba de el, los ojos le brillaban y tenían un color especial. Podía pasarse toda la tarde hablando de el en la plaza con sus amigas, que cuando llegaba a casa, si tenía nuevas noticias, las llamaba una por una contándoles lo feliz que se sentía. Ellas  la habían visto de muchas maneras, triste tras la muerte se su abuelo, y rabiosa tras contemplar como le daban una paliza a su mejor amigo sin ella poder hacer nada, pero ahora, era la primera vez que la veían feliz. Elizabeth no era nada más allá que una simple alumna de 1º de Bachiller de pelo lacio, delgada y siempre con esa sonrisa tan natural en la cara. A pesar de los palos que le diera la vida, era una de las personas más felices que he visto en mucho tiempo. Ni dinero, ni joyas ni posesiones, solo las necesitaba a ellas y como no, a ÉL.

Era ella.



Estaba sola en el apartamento, miró por la ventana, llovía.
Pudo observar como un perro solitario se refugiaba de la lluvia entre los contenedores.
Se imaginó con 20 años más y en la misma situación, solo que cambiando el término ‘contenedores’ por ‘abrazos de familiares falsos que ni de su nombre se acordaban’.
Decidió bajar a la tienda de la esquina a por café y un poco de helado, siempre le había echo un poco más feliz comerse un bote ella sola. Se dirigió a la habitación, se calzó  y se hizo una coleta en su desarreglado pelo. Iba ya por el segundo andar cuando se encontró de frente con el vecino del 4º, el mismo que volvía a casa con una sonrisa en la cara después de serle infiel a su mujer, cómo siempre, dos o tres veces por semana.
Desde el portal, pudo observar que la lluvia cada vez era más fuerte, y también, que al perro eso ya le despreocupaba, y ahora tenía intenciones más ingeniosas con un gato.
Salió del portal dispuesta a andar, no le importaba mojarse, a fin de cuentas nada en su desastrosa vida podría ir peor. Cruzó recto y pasó por delante de la tienda de discos, miró dentro, allí estaba como todas las tardes de 16:00 a 21:00 el viejo Gonzalo, con su barba perfectamente colocada y sus pequeños ojos grises que escondía tras aquellas enormes gafas. La saludó, y ella fingió una leve sonrisa, agachó la cabeza y siguió andando.
Entró en la tienda, y fue directa a la sección de helados y a la estantería de cafés, se conocía la tienda de memoria, a si que en apenas  2 minutos ya estaba en la caja dispuesta a pagar. A pesar de llevar bastante tiempo en el piso, evitaba ir por esa tienda, no le parecía agradable la mirada de ocho ancianas revisándola de arriba abajo.
 ‘5.50€ por favor’ Sacó la cartera y se dispuso a pagar rápidamente, antes de que la amable, me aclaro, cotilla cajera la acribillase a preguntas. No pudo evitarla, ‘Perdona si me meto donde no me llaman…’ comenzó la cajera, ’pero eres muy guapa, aunque lo serías más si te maquillases un poco’. Ella no pudo evitar mirarla mal, a lo que para intentar arreglar la situación añadió ‘Bueno, eres muy bonita, fijo que tienes un nombre tan bonito como tu cara, y los nombres dicen mucho de las personas’. No esperó por la vuelta, salió corriendo por la puerta, cruzó la calle, llegó a su casa y rompió a llorar,’Mi nombre...’ repetía entre lágrimas. ‘Mi nombre es Soledad’.